“La tierra prometida”, exposición individual de Raquel
Soffer en El Anexo/Arte Contemporáneo, plantea un paralelo
simbólico entre la situación venezolana y la historia del pueblo judío,
utilizando micrografías, escrituras minúsculas que ponen en tensión el
texto y la imagen. Las palabras van apareciendo y con ellas van surgiendo los
contornos de geografías, situaciones y personajes provenientes de mundos
distintos pero que se deslizan hacia un destino similar de promesas,
mesianismo, barbarie y éxodo. La artista resuelve este desafío alternando el
dibujo, la gráfica y el vídeo, con los cuales construye una doble narrativa,
verbal y visual.
La escritura es en realidad un trazado que delimita las cosas y prefigura el sentido de las acciones. Es también una cartografía psíquica, el lugar de una batalla milenaria entre el deseo y el horror, entre la demagogia y la verdad. Las micrografías de Soffer contienen esa ambivalencia de las palabras; buenas para iluminar las mentes y también para alojar los designios más oscuros. Todo ello puede surgir de la traza iconográfica que van dejando sobre la superficie una serie de pequeños caracteres, cual surcos de una memoria que todavía espera la redención.
¿Qué significa todo esto? ¿por qué se yuxtaponen dos historias distintas en una misma propuesta? ¿qué tienen en común el pueblo judío y la Venezuela actual? La respuesta está en el tejido de las palabras y en cómo estas retienen al mismo tiempo el anhelo y la frustración.
Cuando Soffer "dibuja" imágenes (fijas o en movimiento) con caligrafías de reducido tamaño, su propuesta también da visibilidad a cuestiones imperceptibles o latentes. Es decir, la escritura no solamente dice o describe; también muestra o enseña, aunque en el caso de Soffer no haya una correspondencia semántica entre la palabra y el icono. Su precedente se afinca en la memoria de su bisabuelo paterno, quien hacía dibujos con letras en miniatura a partir de textos judíos sagrados. Tal remembranza permite que la autora conecte lo biográfico y lo histórico, precisamente en un momento en que los falsos oráculos y sus trágicos desenlaces parecen repetirse. Lamentablemente, no siempre la multitud anhelante puede discernir a tiempo entre las aguas y el fango, el engaño y la redención. Frente a esa encrucijada, quizá sería bueno reconocer que no hay maleficio en el Verbo sino en los propósitos traicionados y en las promesas incumplidas.
En los vídeos micrográficos de Soffer se resuelve un algoritmo complejo, numérico y alfabético. Lo que se ve está está literalmente "cifrado", bajo una capa invisible de ceros y unos, conformando una paradoja perceptiva que rememora la antigua divergencia entre lo sustancial y lo aparente. Las letras (y los números subyacentes) acaban sufriendo una metamorfosis que las transforma en imágenes, que unas veces refutan lo escrito y otras funcionan como una revelación.
Otro tanto sucede con
la reconversión gráfica de los patrones cromáticos en una imagen digital, a
partir de la cual se genera una nueva forma de escritura, semánticamente
imprevisible y visualmente sugestiva. En
tal sentido, las “formas que producen los colores al agruparse” develan una
caligrafía ininteligible; acaso la clave de un misterio no develado. De ese antagonismo
premeditado de la letra y el icono es que surge el sentido de la propuesta de
Soffer, quien se ubica en la intersección de varios horizontes, lugar de cruce
entre biografía e historia, palabra e imagen, lectura y visión.