En la exposición “Paisaje a Máquina” de María
Virginia Pineda (Mérida, 1980) la estrategia se traslada de la obra al texto
que la comenta sin pasar por las exigencias técnicas del medio plástico. La
artista prefiere la máquina de escribir en lugar del pincel, el lápiz o la
cámara fotográfica. Como el enigmático Pierre Menard, la autora transcribe
fragmentos de textos críticos sobre el paisaje, uno de los motivos arquetipales
del arte venezolano durante los siglos XIX y XX.
El observador de estos trabajos, realizados en tinta mecanográfica sobre papel, no tiene ante sí la incandescencia pastosa del óleo, ni el claroscuro argentado de la fotografía. Tampoco puede apreciar el contorno inciso del grafito ni la leve atmósfera que dejan los pigmentos al agua. Debe, por el contrario, inferir lo visible a través de la escritura; unas veces alegórica otras anecdótica. “Las palabras –afirma la artista– son utilizadas para activar esa contemplación, de alguna forma la dirigen”.
Sin líneas, ni manchas, ni formas que delaten la
exuberancia sensible de los lugares narrados, cada quien tiene la oportunidad
de hacer su propia “lectura” de la escena descrita. Lo que se ve, está
“cincelado” a máquina y su única impronta visible son las inscripciones
tipográficas sobre el papel. Eso nos recuerda que al final –como al principio– el dibujo, la pintura e incluso la fotografía son
cosas mentales.
Decir que “el texto es la imagen” –como alguna vez
esgrimió Joseph Kosuth– es algo más que un argumento ingenioso. En realidad, es
reconocer el lazo ecfrásico que hay
entre el verbo y lo visible. En el caso de la propuesta de María Virginia
Pineda, “el texto es el paisaje”, el territorio donde se emplazan árboles,
estanques, llanos, páramos y montañas que no se ven, pero que emergen
precisamente de la imagen que la palabra configura. A fin de cuentas, la
palabra escrita es aquí el borde mecanográfico de un paisaje ciego.
Al ser la representación de la representación, el
texto crítico es también la traza inasible de un esfuerzo imposible por
aprehender los atributos de una obra –ya sea pictórica, dibujística o
fotográfica– cuyo referente también está en otra parte. De esta manera, la
exposición “Paisaje a máquina” es la suma de varios diferimientos que van del
texto a la imagen y de esta a la realidad, resumiendo así la frustración de una
quimera intraducible que sólo puede ser descrita pero no mostrada.