Erik del Búfalo en su conferencia en El Anexo |
Texto del filósofo Erik del Búfalo a propósito del trabajo de Amada Granado: "Penitenciario"
El ojo demasiado acostumbrando a sus certezas encuentra en la fotografía un arma de doble filo. Por un lado, gracias a ella, puede descubrir lo desconocido en lo muchas veces visto. Por otro, cualquier posible hallazgo puede quedar atrapado en la presencia tranquilizadora del documento, en su pulsión de archivo, en el registro tardío, en su vocación de ruina anticipada. Pero también el ojo entrenado en componer encuadres corre el riesgo de no ver la forma más allá de la imagen, resbalando perpetuamente sobre la patina tecnificada de la hazaña contemplativa. No obstante, más allá de estos peligros, el verdadero escollo de la imagen técnica, en relación a su propio mundo, a sus supuestos referentes, consiste en superar la mirada imaginaria de nuestros prejuicios y nuestras obcecadas percepciones de lo real.
La fotografía, como bien lo demostró Susan Sontang, pertenece a la impronta cultural de la clase media. Esta marca es su “surrealismo”, su tendencia a sobrevolar lo real, incluso lo real de sí mismo, como el “turista” que baja al inframundo de las miserias humanas o se asombra de las riquezas de un mundo para él inaccesible. De hecho, más que un turista, el fotógrafo es un “superturista”, un metaturista, un surturista o, en definitiva, un turista del no-lugar, de la distopía, de la ruina de utilería y su “sentimentalismo”. Lo que la fotografía tiende a descubrir es un guión teatral en la propia imagen, sobrepasando cualquier teatralización de los escenarios supuestamente reales, pues se trata del guion de una existencia muy pronto asegurada. Toda fotografía permanece como índice de aquello que ignora el fotógrafo, de aquello que lo asombra, de aquello que lo abisma, sean los ínferos de un mundo marginal, sean los opulentos salones de un mundo inalcanzable. La fotografía es la puesta en escena de una realidad objetivada por un sujeto que se desconoce a sí mismo. Por ello, sin una mente de “clase media”, insiste Sontag, la fotografía sólo tendría un valor instrumental, “científico”, de aparato óptico. La moral de la fotografía, su moral de “aventurismo”, su imperativo de objeto visual, pasa por el impulso manifiesto de registrar por igual las galeras y las galerías del mundo; se trata de la moral de las pequeñas burguesías, la moral surrealista que en el azar objetivo de la toma fotográfica siempre encuentra un valor universal.
Joan Fontcuberta no duda en señalar que “toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera”; no obstante, en el arte la verdad solamente puede presentarse en su carácter ficcional. Entre el documento y la obra artística, la fotografía vive siempre como contradicción. En el penal de San Antonio de la Isla de Margarita, Amada Granado descubre esta contradicción en la forma de una piscina, de un lugar de esparcimiento temporal, donde se supone debería encontrase un penitenciario. Allí encuentra niños inocentes nadando, jugando y sonriendo donde debería hallarse un desolado patio lleno de presos viciosos. Ello no es una distorsión de la realidad, sino una distorsión de la conciencia y de su ojo, un problema de la fácil sinapsis entre la imagen y el juicio. El ojo de la conciencia es moralista, no ve formas sino principios, cree que la realidad es el reflejo de su padecimiento, el ojo de la aporía fotográfica tiene un iris maquinal que conecta y no juzga, aunque el ojo del fotógrafo sigua siendo un ojo humano, demasiado humano.
Para seguir leyendo: click aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario